El pequeño pueblo, estaba cubierto por una densa neblina nocturna. Eran cinco minutos para la media noche. Las nubes bajaban heladas por los costados de una muy húmeda e inmensa montaña. La calle principal apenas dejaba ver su empedrado, haciendo inútil el débil resplandor de una vieja lámpara de aceite, sobreviviente del tiempo de la colonia. Ese pueblito, estaba olvidado por la gracia de Dios. Se decía que lo habitaban brujos y brujas que se disputaban la jerarquía de las fuerzas ocultas reinantes en las dimensiones ultraterrenas.
En una vieja cabaña, la màs alejada del centro, vivía una extraña mujer, de quien se contaban muchas cosas: Què si había matado a sus hijos y quemado a su esposo. Què poseìa una inmensa fortuna. Què en el manejo de las energìas ocultas nadie le ganaba... La verdad, si se trataba de una mujer muy extraña y rara, pero a ciencia cierta, nadie sabìa en que consistìa su gran secreto. Ella siempre aparecía acompañada de un Buho y un gato blanco. La gente decía que odiaba los colores oscuro, sobre todo el negro, porque según ella, el color negro atraía a la muerte. Sus vestimentas eran de ropa clara, portaba telas de colores vivos que la hacían ver joven y vistosa. Lo cual, también provocaba una gran envidia en las demás mujeres del pueblo. Pero los hombres, no se le acercaban, le temìan demasiado. Se creìa que quièn se atreviera a meterse con ella, le acabarìa chupando toda la sangre, dejándolo seco, arrugado y moribundo. Todos esos chismes, la condenaban a vivir una gran soledad, sòlo en compañía de sus dos pequeños animales, quiènes también manifestaban comportamientos muy extraños. Mucha gente afirmaba que ella los alimentaba con carne de muerto que les traìa de sus viajes a otras dimensiones, pero nadie estaba seguro de ello...
La campana del pueblo se hizo sonar y dieron las doce de la noche: El tiempo de los conjuros y los hechizos. Era el momento en que las brujas del lugar, se convertían en bolas de fuego y salìan de sus cuevas o de sus cabañas, rumbo a la montaña la cual recorrìan dando brìncos de un extremo al otro y de la tierra hasta las alturas. Daban la impresión de ser fuegos pirotécnicos de una fiesta local que pintan de colores el cielo. Pero la verdad, es que se trataba de un siniestro espectáculo del cual nadie daría crédito alguno: Era una noche de horror macabro. La gran bruja, no acostumbraba a salir a esas horas de la noche. La oscuridad le resultaba muy desagradable. Preferìa permanecer enclaustrada preparàndo brebajes y pòcimas en su viejo y oxidado caldero.
Esa noche, llegó al pueblo un viejo minero, tirando de su burro Un asno de color negro. Ambos salieron de la penumbra como lanzados desde el mismísimo infierno. Buscaban cobijo y donde protegerse de la gélida, nublada e inclemente noche. El minero y su acompañante, iban tocando de cabaña en cabaña y nadie les respondìa. Al fin, tocaron en la vivienda de la bruja varias veces y esta desde dentro les dijo:
-Què desean sus mercedes?
-Cobijo, buena mujer- contestò el minero.
-No tengo espacio, además te acompaña un burro negro y yo odio el color negro.
-Permìtenos acampar aquí en tu patio trasero-dijo apresurado el minero.
Esta bien-contestò malhumorada-, pero no hagan mucho ruido y alèjense de la puerta lo màs que puedan.
El burro de repente rebuznò tres veces muy fuerte. La bruja lo observaba atentamente desde una rendija. La neblina se disipò de inmediato, como por arte de magia. La luna llena empezó a clarificar el oscuro ambiente con su gran esplendor. Pero su color, en cuestión de segundos, empezó a tornarse rojizo, se trataba de la luna de sangre que anuncia tragedias. El pueblo, crujìa y volvió poco a poco a la penumbra, sòlo que està vez haciendo ver todo en otra dimensión como con sombras de fuego por todas partes. La bruja se inquietò lo suficiente y abrió la puerta para presenciar el extraño espectáculo y fue en ese preciso momento que el burro arremetió contra ella, asestándole unas fuertes patadas con sus patas traseras en su vientre. Era un burro impregnado de magia. La bruja callò de nalgas al piso, perdiendo completamente el aliento, Se desvaneció. Su rostro parecía de cera, blanco, blanco, como la base de maquillaje que usan los payasos cuando se pintarrajean la cara. De repente, salió de su boca un sapo del tamaño de un pollo. Estaba vestido como Rey, con su corona y su capa. El burro ni tardo ni perezoso le propinò también, otras certeras y mortíferas patadas y lo mando a estamparse dentro de la chimenea, a un costado del caldero de la bruja. De inmediato se rostizò. El minero dijo unas palabras mágicas en una extraña lengua nativa de aquella región y el burro mágico cobrò forma humana. Se trataba de un poderoso brujo que al fin pudo vencer a la terrorífica y malvada bruja, aniquilándola con sus tremendas y certeras patadas. La madrugada continuaba cayendo, la luna de sangre reinaba en el firmamento, el clima había mejorado considerablemente y el minero y el brujo, empezaron a darse un gran festin con el sapo rostizado. Los desperdicios se los dieron a comer al búho y al gato blanco, quienes de inmediato, al irse devorando las sobras, daban mágicamente lugar al resurgimiento de la bruja que con gran rapidez, los contra atacò, destasàndolos con sus propias manos y metiéndolos a pedazos a la gran cacerola que hervía como en espera de sus restos.
-Ya està aquí su gran alimento, queridos amores mìos!!!- les decia la hechicera muy complaciente...
En verdad, sus dos animalitos y el sapo mágico de su panza, guardaban celosos el alma de la bruja y la volvían a la vida, cada vez que algún competidor atentaba contra su inmenso poder; un gran poder que hacia de la bruja, un ser invencible y una mujer inmortal!!!
En una vieja cabaña, la màs alejada del centro, vivía una extraña mujer, de quien se contaban muchas cosas: Què si había matado a sus hijos y quemado a su esposo. Què poseìa una inmensa fortuna. Què en el manejo de las energìas ocultas nadie le ganaba... La verdad, si se trataba de una mujer muy extraña y rara, pero a ciencia cierta, nadie sabìa en que consistìa su gran secreto. Ella siempre aparecía acompañada de un Buho y un gato blanco. La gente decía que odiaba los colores oscuro, sobre todo el negro, porque según ella, el color negro atraía a la muerte. Sus vestimentas eran de ropa clara, portaba telas de colores vivos que la hacían ver joven y vistosa. Lo cual, también provocaba una gran envidia en las demás mujeres del pueblo. Pero los hombres, no se le acercaban, le temìan demasiado. Se creìa que quièn se atreviera a meterse con ella, le acabarìa chupando toda la sangre, dejándolo seco, arrugado y moribundo. Todos esos chismes, la condenaban a vivir una gran soledad, sòlo en compañía de sus dos pequeños animales, quiènes también manifestaban comportamientos muy extraños. Mucha gente afirmaba que ella los alimentaba con carne de muerto que les traìa de sus viajes a otras dimensiones, pero nadie estaba seguro de ello...
La campana del pueblo se hizo sonar y dieron las doce de la noche: El tiempo de los conjuros y los hechizos. Era el momento en que las brujas del lugar, se convertían en bolas de fuego y salìan de sus cuevas o de sus cabañas, rumbo a la montaña la cual recorrìan dando brìncos de un extremo al otro y de la tierra hasta las alturas. Daban la impresión de ser fuegos pirotécnicos de una fiesta local que pintan de colores el cielo. Pero la verdad, es que se trataba de un siniestro espectáculo del cual nadie daría crédito alguno: Era una noche de horror macabro. La gran bruja, no acostumbraba a salir a esas horas de la noche. La oscuridad le resultaba muy desagradable. Preferìa permanecer enclaustrada preparàndo brebajes y pòcimas en su viejo y oxidado caldero.
Esa noche, llegó al pueblo un viejo minero, tirando de su burro Un asno de color negro. Ambos salieron de la penumbra como lanzados desde el mismísimo infierno. Buscaban cobijo y donde protegerse de la gélida, nublada e inclemente noche. El minero y su acompañante, iban tocando de cabaña en cabaña y nadie les respondìa. Al fin, tocaron en la vivienda de la bruja varias veces y esta desde dentro les dijo:
-Què desean sus mercedes?
-Cobijo, buena mujer- contestò el minero.
-No tengo espacio, además te acompaña un burro negro y yo odio el color negro.
-Permìtenos acampar aquí en tu patio trasero-dijo apresurado el minero.
Esta bien-contestò malhumorada-, pero no hagan mucho ruido y alèjense de la puerta lo màs que puedan.
El burro de repente rebuznò tres veces muy fuerte. La bruja lo observaba atentamente desde una rendija. La neblina se disipò de inmediato, como por arte de magia. La luna llena empezó a clarificar el oscuro ambiente con su gran esplendor. Pero su color, en cuestión de segundos, empezó a tornarse rojizo, se trataba de la luna de sangre que anuncia tragedias. El pueblo, crujìa y volvió poco a poco a la penumbra, sòlo que està vez haciendo ver todo en otra dimensión como con sombras de fuego por todas partes. La bruja se inquietò lo suficiente y abrió la puerta para presenciar el extraño espectáculo y fue en ese preciso momento que el burro arremetió contra ella, asestándole unas fuertes patadas con sus patas traseras en su vientre. Era un burro impregnado de magia. La bruja callò de nalgas al piso, perdiendo completamente el aliento, Se desvaneció. Su rostro parecía de cera, blanco, blanco, como la base de maquillaje que usan los payasos cuando se pintarrajean la cara. De repente, salió de su boca un sapo del tamaño de un pollo. Estaba vestido como Rey, con su corona y su capa. El burro ni tardo ni perezoso le propinò también, otras certeras y mortíferas patadas y lo mando a estamparse dentro de la chimenea, a un costado del caldero de la bruja. De inmediato se rostizò. El minero dijo unas palabras mágicas en una extraña lengua nativa de aquella región y el burro mágico cobrò forma humana. Se trataba de un poderoso brujo que al fin pudo vencer a la terrorífica y malvada bruja, aniquilándola con sus tremendas y certeras patadas. La madrugada continuaba cayendo, la luna de sangre reinaba en el firmamento, el clima había mejorado considerablemente y el minero y el brujo, empezaron a darse un gran festin con el sapo rostizado. Los desperdicios se los dieron a comer al búho y al gato blanco, quienes de inmediato, al irse devorando las sobras, daban mágicamente lugar al resurgimiento de la bruja que con gran rapidez, los contra atacò, destasàndolos con sus propias manos y metiéndolos a pedazos a la gran cacerola que hervía como en espera de sus restos.
-Ya està aquí su gran alimento, queridos amores mìos!!!- les decia la hechicera muy complaciente...
En verdad, sus dos animalitos y el sapo mágico de su panza, guardaban celosos el alma de la bruja y la volvían a la vida, cada vez que algún competidor atentaba contra su inmenso poder; un gran poder que hacia de la bruja, un ser invencible y una mujer inmortal!!!
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