Un monje jugaba con una vara sobre la arena, en el patio de su templo instalado en lo alto de una gran montaña. El nublado sol empezaba a menguar y a lo lejos se podìan apreciar las oscuras sombras que se venìan encima del monasterio en ese frìo invierno.
-¿Què sucede con usted ? Lo noto cabizbajo, hoy. Como si estuviera triste- dijo su maestro.
-Cuando el tiempo se hace lluvioso y frìo, como ahora, tiemblo como si fuera un manojo de hierba seca que el viento hace para donde quiera que va. Me da la impresiòn de que no sirvo para nada, maestro.
El joven monje daba la impresiòn de sentirse completamente derrotado, incapaz hasta de alzar la vista al cielo.
-Cuando mis pies empiezan a helarse, cada invierno, siento añoranza de mi hogar, maestro. Pienso en mi gente, en mis amigos, pienso mucho en mi hogar. Me siento indigno de mi templo. Indigno de todo...
El maestro se le acercò, lo tomò del brazo con cuidado y con toda calma y parsimonia, lo hizo pasar a la sala de meditaciòn. Ambos se sentaron frente a frente, sobre unos tapetes que se encontraban en el piso de madera `Tomò una vela y encendiò el fuego del fogòn. De repente un viento repentino, provocò la oscuridad de nueva cuenta. El joven monje gritò:
-Estoy asustado, maestro. Estoy espantado. En verdad lo estoy.
El maestro se levantò en busca de otra vela y la volviò a encender, hacièndo extrañas muecas y movimientos con su cuerpo, lo cual provocò la risa del joven monje que riò abiertamente por primera vez. El maestro ahora sabia que las palabras de desaliento de su discìpulo, no alcanzaban a su corazòn y que quizàs una narraciòn suya podrìa rescatarlo.
-El verdadero encanto de la vida consiste, en poder apreciar cualquier temporada del año. Esto es algo que ahora ya no comprendemos...
El sabio hombre, envuelto en un manto color azafràn, se quedaba quieto observando las montañas a travès de un ventanal que dejaba ver una luna frìa, cubierta de nubes oscuras, que presedìan la noche. Ya no se veìa una luz ni en la montaña ni en los lejanos campos.
Continuò diciendo:
-Sòlo los hombres de otros tiempos, cuando no habìa luces, sòlo fuego, podìan entender los bellos misterios de la vida.
-Sin duda, maestro.
El joven monje tambièn se entregò a la contemplaciòn de las oscuras montañas. Reinò el silencio por algunos instantes. A lo lejos se escucharon los bramidos de los venados llamàndose. Era la temporada de apareamiento en esas majestuosas y misteriosas moles de rocas. Las hembras requerìan de sus machos.
Entonces, el monje maestro, ya se dispusò a dar iniciò a su historìa:
Todo sucediò en una profunda cueva que se hallaba en la cumbre del monte Cyleno. Ahì tuvo su nacimiento un extraño infante que apenas salido del vientre materno, saltò de la cama, atravesò rapidamente el umbral de la caverna donde naciera y se fue en busca de su primera aventura terrenal: Esconder unas vacas ajenas en un profundo terreno alejado de las tierra de sus dueños...Su divina madre, que lo habìa observado en su escapatorìa, le dijo al volver: " Eres un niñito muy atrevido y astuto ¿ De dònde vienes en noche tan oscura?
Madre -contestò el pequeñito-, para mi gloria he de continuar hacièndo muchas travesuras màs en mi vida...Y asì fue en verdad- afirmò el monje- ese extraño niño, fue desde entonces muy latoso, pero sumamente agradable y muy hàbil con el verbo, lo cual le tenìa ganada la voluntad del principal dios del Olimpo, quièn le llegò a confiar el encargo de proclamar sus ordenaciones, nombràndolo su diligente mensajero y su fiel e infatigable servidor.
-Que interesante maestro- dijo el joven monje muy aasombrado.
-Este dios mensajero-continuò el maestro-, poseìa la facultad de la expresiòn fàcil, clara y el don supremo de la persuaciòn; de ahì que tambièn fuese admirado como el dios de la palabra y la elocuencia. Este gran dios, al calzar sus sandalias, de luciente oro, corrìa como el viento y lo llevaban ràpido, tanto por el aire como por la tierra y llegaba a todas partes en un instante, nada ni nadie lo vencìa...
El joven monje observaba con mucha atenciòn a su maestro quièn se perdìa inocentemente en su narraciòn:
Este celeste heraldo, se ofrecìa ante todos, como un corredor infatigable de àgil y vigoroso cuerpo, al que le imprimìa una gracia incomparable. Su veloz carrera se expressaba atribuyendo especial virtud no sòlo a las sandalias que calzaba, sandalias doradas, sandalias magnìficas, sino tambièn a su extraordianria zancada que le imprimìan la rpidez del viento.
De repente, el joven monje muy emocionado, interrumpiò a su maestro.
-Ese dios es Mercurio!!!
-No, amigo mìo - dijo el maestro sin titubear-, se trata de un gran competidor de ebano, llamado Usain Bolt, que nos ha venido a dar con sus carreras y su carismàtica personalidad una nueva visiòn del mundo rompièndo el paradigma de una sociedad tradicional y obsoleta que produce monjes como tù que no van al comedor del monasterio a ver los juegos olìmpicos por la televisiòn y no aprenden nada por eso son dèbiles y depresivos, nunca ganan y no dejan de romper la armonìa del universo y el don divino de la esperanza...
Gracias por todas las emociones y por tu sencillez y por toda tu magia personal, Usain Bolt... ¿ Hijo de Zeus ?
-¿Què sucede con usted ? Lo noto cabizbajo, hoy. Como si estuviera triste- dijo su maestro.
-Cuando el tiempo se hace lluvioso y frìo, como ahora, tiemblo como si fuera un manojo de hierba seca que el viento hace para donde quiera que va. Me da la impresiòn de que no sirvo para nada, maestro.
El joven monje daba la impresiòn de sentirse completamente derrotado, incapaz hasta de alzar la vista al cielo.
-Cuando mis pies empiezan a helarse, cada invierno, siento añoranza de mi hogar, maestro. Pienso en mi gente, en mis amigos, pienso mucho en mi hogar. Me siento indigno de mi templo. Indigno de todo...
El maestro se le acercò, lo tomò del brazo con cuidado y con toda calma y parsimonia, lo hizo pasar a la sala de meditaciòn. Ambos se sentaron frente a frente, sobre unos tapetes que se encontraban en el piso de madera `Tomò una vela y encendiò el fuego del fogòn. De repente un viento repentino, provocò la oscuridad de nueva cuenta. El joven monje gritò:
-Estoy asustado, maestro. Estoy espantado. En verdad lo estoy.
El maestro se levantò en busca de otra vela y la volviò a encender, hacièndo extrañas muecas y movimientos con su cuerpo, lo cual provocò la risa del joven monje que riò abiertamente por primera vez. El maestro ahora sabia que las palabras de desaliento de su discìpulo, no alcanzaban a su corazòn y que quizàs una narraciòn suya podrìa rescatarlo.
-El verdadero encanto de la vida consiste, en poder apreciar cualquier temporada del año. Esto es algo que ahora ya no comprendemos...
El sabio hombre, envuelto en un manto color azafràn, se quedaba quieto observando las montañas a travès de un ventanal que dejaba ver una luna frìa, cubierta de nubes oscuras, que presedìan la noche. Ya no se veìa una luz ni en la montaña ni en los lejanos campos.
Continuò diciendo:
-Sòlo los hombres de otros tiempos, cuando no habìa luces, sòlo fuego, podìan entender los bellos misterios de la vida.
-Sin duda, maestro.
El joven monje tambièn se entregò a la contemplaciòn de las oscuras montañas. Reinò el silencio por algunos instantes. A lo lejos se escucharon los bramidos de los venados llamàndose. Era la temporada de apareamiento en esas majestuosas y misteriosas moles de rocas. Las hembras requerìan de sus machos.
Entonces, el monje maestro, ya se dispusò a dar iniciò a su historìa:
Todo sucediò en una profunda cueva que se hallaba en la cumbre del monte Cyleno. Ahì tuvo su nacimiento un extraño infante que apenas salido del vientre materno, saltò de la cama, atravesò rapidamente el umbral de la caverna donde naciera y se fue en busca de su primera aventura terrenal: Esconder unas vacas ajenas en un profundo terreno alejado de las tierra de sus dueños...Su divina madre, que lo habìa observado en su escapatorìa, le dijo al volver: " Eres un niñito muy atrevido y astuto ¿ De dònde vienes en noche tan oscura?
Madre -contestò el pequeñito-, para mi gloria he de continuar hacièndo muchas travesuras màs en mi vida...Y asì fue en verdad- afirmò el monje- ese extraño niño, fue desde entonces muy latoso, pero sumamente agradable y muy hàbil con el verbo, lo cual le tenìa ganada la voluntad del principal dios del Olimpo, quièn le llegò a confiar el encargo de proclamar sus ordenaciones, nombràndolo su diligente mensajero y su fiel e infatigable servidor.
-Que interesante maestro- dijo el joven monje muy aasombrado.
-Este dios mensajero-continuò el maestro-, poseìa la facultad de la expresiòn fàcil, clara y el don supremo de la persuaciòn; de ahì que tambièn fuese admirado como el dios de la palabra y la elocuencia. Este gran dios, al calzar sus sandalias, de luciente oro, corrìa como el viento y lo llevaban ràpido, tanto por el aire como por la tierra y llegaba a todas partes en un instante, nada ni nadie lo vencìa...
El joven monje observaba con mucha atenciòn a su maestro quièn se perdìa inocentemente en su narraciòn:
Este celeste heraldo, se ofrecìa ante todos, como un corredor infatigable de àgil y vigoroso cuerpo, al que le imprimìa una gracia incomparable. Su veloz carrera se expressaba atribuyendo especial virtud no sòlo a las sandalias que calzaba, sandalias doradas, sandalias magnìficas, sino tambièn a su extraordianria zancada que le imprimìan la rpidez del viento.
De repente, el joven monje muy emocionado, interrumpiò a su maestro.
-Ese dios es Mercurio!!!
-No, amigo mìo - dijo el maestro sin titubear-, se trata de un gran competidor de ebano, llamado Usain Bolt, que nos ha venido a dar con sus carreras y su carismàtica personalidad una nueva visiòn del mundo rompièndo el paradigma de una sociedad tradicional y obsoleta que produce monjes como tù que no van al comedor del monasterio a ver los juegos olìmpicos por la televisiòn y no aprenden nada por eso son dèbiles y depresivos, nunca ganan y no dejan de romper la armonìa del universo y el don divino de la esperanza...
Gracias por todas las emociones y por tu sencillez y por toda tu magia personal, Usain Bolt... ¿ Hijo de Zeus ?
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