viernes, 11 de enero de 2013

LA VISITA


Salì en busca de mi pescado y de los camarones que compro todos los viernes en una de las esquinas de mi colonia, Coyoacàn. Dos personajes, que dicen venir desde lejanas tierras Sinaloenses, nos proporcionan, cada semana, esos productos que ya guisados, se convierten en unos exquisitos y nutritivos manjares prestos a degustarse, acompañados de un buen vino blanco alemán.
Era una mañana de viernes cualquiera, de sol brillante y caluroso. Sin embargo, ese viernes, me había comprometido con una amiga para acompañarla a visitar a su padre al penal de Izucar de Matamoros. Eso, ya hacia la diferencia de lo cotidiano.   No soy muy afecto a realizar salidas comprometedoras. Pero, al padre de mi amiga lo estimaba y sentía admiración por èl. Ademàs, deseaba verlo, pues para ese entonces, ya me habían contado varias cosas acerca de su encarcelamiento que no me quedaban muy claras. En verdad, me sentía incomodo y a disgusto, porque el padre de mi amiga era un buen hombre, inteligente y honesto. No daba crédito de que lo hubiesen encarcelado, decian que por robo y extorsión.
Lo levantaron los agentes judiciales, junto con su esposa en la colonia del Valle. Hacia ya ocho días de eso. Los muy pillos, en el acta de hechos declararon que los fueron a detener a su domicilio mediante una orden de aprehensión. Nada màs falso. Como todo aquello que asentaron sus acusadores en el acta que les otorgo la posibilidad de que al padre de mi amiga, lo trasladaran, casi de inmediato, a la susodicha prisión, ubicada en otra entidad muy ajena al Distrito Federal, donde los muy desgraciados agentes con lujo de prepotencia y fuerza, lo instalaron, sin màs ni màs, contraviniendo todo el marco legal existente en los códigos penales… Me lo he repetido un sin nùmero de veces: “En Mèxico se vale todo, prevalece la ley de la sin razón, los derechos humanos no existen que duda cabe”.
Meti el pescado y los camarones al refri  y de inmediato se escucho el repiquetear del timbre de la puerta. Por el interfòn, supe que se trataba de mi amiga, quien ya había llegado. Tome mi chamarra, mis credenciales-sin identificación oficial, nada es posible en aquellos sombrios y terrorificos lugares-, mi gorra y baje rápidamente.
Mi amiga, venia acompañada de su madre, a quien salude de beso, y los tres, junto con un chofer, nos hicimos hacia la carretera por la ruta a Cuernavaca...
Eran cerca de las once de mañana. En días anteriores las lluvias no habían dejado de caer, el cielo todo, se venia abajo. Sabemos que septiembre es el mes de las trombas, los granizos y mucha humedad. Pero, en este preciso viernes, el cielo se encontraba limpio y con un caluroso y resplandeciente sol. Los capitalinos, veníamos de unos días oscuros e inclusive  frìos. Los rayos solares de este viernes, hacían resaltar los colores de las casas y una intensa  luz era reflejada por los cristales de las ventanas; el verde de los àrboles relucía con gran intensidad y el césped de los camellones se desbordaba en crecimiento. Quizàs  por eso la gente en la calle se mostraba dinámica y hasta se podría decir, contenta, por no tener la necesidad de portar suéteres o chamarras como en muchos de los anteriores días.
La situación económica del país era de las màs rudas desde hacìa muchas décadas. Pero el astro rey, que duda cabe, hacia  milagros: su luminosidad modificaba el rostro hasta de aquellos que pedìan limosna en las esquinas, cuando por casualidad, nos tocaba la luz del semáforo en rojo.
Alcanzamos la caseta de cobro rumbo a Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera, en cuestión de minutos. No había gran tràfico en la ciudad. La hora era buena para iniciar nuestra odisea.
Viajar es una de mis predilecciones no importa hacia adonde, lo importante para mi es salir de la gran ciudad y dejar atrás, aunque sea unas horas, como en ese viernes la polución, los ruidos, la multitud, los malos olores, las malas sombras  y las malas vibraciones que inundan a diario el corazón de los capitalinos.
El paisaje era inmensamente bello. La temporada de aguas, siempre hace surgir el verde por todas partes. Habìa verdes de todas las tonalidades y variedades a lo largo y ancho de toda la carretera. Alcanzamos pronto la desviaciòn rumbo a Tepoztlàn. Ahì las montañas, esas montañas misteriosas, enigmaticas, que relucían con fuerza y  gallardia todo su explendor. Montañas mágicas, majestuosas y bellas como siempre, eternamente bellas, que vieron nacer a  nuestro Dios Quetzalcoatl en el Valle de Amatlan
Las casitas que se veìan a lo lejos, al paso del automòvil, dejaban entrever alguno que otro perro, burros, caballos, vacas y gallinas por doquier…Siempre me he preguntado:¿Quièn vivirá en esas casitas de la carretera?¿Què pensaran?¿En què gastaràn su tiempo? Son preguntas ociosas, pero me encanta jugar con ellas cuando viajo. Quizàs debiera cuestionarme si a mi me agradarìa vivir ahì o que tipo de pensamientos me abordarìan si tuviese que vivir en una de esas humildes construcciones que me dan la apriencia de olvido y soledad indefensa...
Mi amiga, iba sentada adelante con el chofer. Platicaban de cosas del trabajo. Su mamà iba conmigo en la parte trasera se había quedado dormida. Se le veía muy cansada y se le apreciaba muy golpeada emocionalmente. El color de su rostro era cenizo. Sus pàrpados se apreciaban inflamados, quizás, por tanto llanto e intenso sufrimiento. Ella fuè quièn narro a todos, como habían procedido a detenerlos:”Salìamos del gimnasio de la colonia del Valle. Eran como las ocho de la mañana. Tu padre se fue en un auto y yo en el mìo. Nos íbamos siguiendo. No habíamos avanzado ni siquiera tres calles, cuando al doblar en una esquina, unas personas en varias camionetas se me cerraron y me hicieron que me detuviera. Tu papà ya estaba detenido abajo de su coche. Una mujer de aspecto rudo mal encarada de pantalón de mezclilla y revolver en mano descendiò de una de las camionetas y me dijo con voz firme y agresiva, que no me moviera, que estábamos detenidos. Que no fuera a usar el celular. A tu papà se lo empezaban a llevar y entonces, le pidió a ella que permitiera que yo le acompañara. Ella accedió y fue asì como nos trasladaron de inmediato a los separos  de la policía ministerial, ubicada en la colonia de los Doctores. Ahì nos enteramos que a tu papà se le acusaba de robo y extorsión en la ciudad de Puebla y que seria trasladado enseguida hacia allà”…¡ Un tremendo operativo ilegal tercer mundista de incalculables consecuencias e irreparables perdidas!
El paisaje, cada vez que avanzábamos se transformaba en colores distintos al verde. Entrabamos a zonas màs calurosas. Las montañas Tepoztecas quedaban atrás y la escenografía cambiaba inundándose de flores multicolores por doquier. Era una gran sinfonía silenciosa y emotiva. El horizonte se apreciaba mas despejado, en lo alto del cielo los infaltables zopilotes husmeando muerte, carne descompuesta, planeando en circulos libremente, adormecidos, dejándose rozar y conducir por la infinidad de corrientes de aire. Los pàjaros de árbol en árbol, de mata en mata comiendo insectos, frutos y pirul y como manchas flotantes multicolores, infinidad de alegres y vistosas mariposas comunicandose unas con otras de flor en flor, rodeadas por la infatigables abejas polinizadoras, trabajando alegremente para su reina...
Me decía : ¡ Este es el verdadero alimento del alma. Lo quería comer todo, enguirlo hasta la saciedad, mas allà del tiempo y del espacio, hasta el infinito mismo...
En un abrir y cerrar de ojos, atravesamos la heròica ciudad de Cuautla. Siempre he sentido una profunda admiración por esa pintoresca –y ahora grande-ciudad. Recuerdo mis lecciones de historia: “Morelos, Matamoros, Los Galeana, El niño Artillero, la brava y valiente resistencia Insurgente de aquel sitio heroico”… Un hermoso lugar, tierra de hombres notables e inmortales y de inmensos e imborrables  recuerdos...Un hermoso lugar donde muchos fines de semana vi gozar, reir y crecer sanamente a mis bellos hijos.
A lo lejos, en el amplio horizonte. otros cerros, promontorios, otras montañas extrañas, sabedoras y resguardadoras de secretos inmemoriables. Montañas que tienen incrustadas en sus laderas unas ruinas prehispánicas que he visitado en un par de ocasiones. Son unas inmensas moles rocosas, revestidas de lama verde, muy escarpadas y altas que sobresalen de todo el paisaje. Cuentan que desde esas ruinas, se establecía comunicación subterránea con las grutas de Cacahuamilpa rumbo al estado de Guerrero cerca de la ciudad de la plata de Taxco. Las ruinas que ahì se encuentan datan del preclásico y representan un gran atractivo de la localidad. Incluso, parece que esas montañas fueran, en otras épocas, acantilados que emergían del mar. Cuautla, es tierra caliente y se han encontrado restos de crustáceos y conchas. De seguro en algún tiempo remoto, fue una especie de costa.  Existen palmeras y muchas aves propias de lugares de mar.
Al fin, entramos a Izucar de Matamoros, Puebla. Hicimos un muy buen tiempo: dos horas y media de camino. Solo se complico un poco el trayecto en el tramo de las curvas que anuncian la colindancia del Estado de Morelos con el de Puebla. El viaje resulto muy agradable. En el zòcalo de esa población se encuentra una gran estatua del general Mariano Matamoros, lugar teniente de Morelos. La verdad, es que me encomende a èl para darme valor de  mirar frente a frente a mi amigo, psicologicamente muy lastimado y preso en la cárcel de ese municipio.
Fuimos recibidos por una empleada del despacho de mi amiga, que operaba como enlace en un pequeño hotel del lugar. Ahì tuve que cambiarme de vestimenta, ya que la camisa que portaba era de color azul marino y no estaba permitida para el ingreso en la prisión.
El calor se hacia sentir cada vez mas. El clima del auto nos había aislado del medio ambiente durante todo el trayecto. Pero ahora nos encontràbamos instalados en tierra caliente. Para ser un pueblo chico el trànsito en automóviles rebazaba cualquier expectativa e incluso en las calles había que estar concentrados para evitar un accidente.
Nos trasladamos a pie hasta la penitenciaria. Cruzamos toda la explanada del zòcalo. A su alrededor, se encontraban un par de sucursales bancarias, algunos comercios, uno que otro café y pequeños restaurantes. Al centro el clásico quiosko pueblerino. Los rayos del sol caìan con toda su fuerza nos golpeaban como marros y repercutían en todo lo que estuviera a su paso. El sudor y la transpiración copiosa, hicieron su aparición en nuestros cuerpos. La gente local que transitaba a nuestro alrededor, ni siquiera se inmutaba con lo caliente del clima, estaban muy acostumbrados a esa altas temperaturas... No falto entre nosotros quien comentara que si percibìamos el caloron que estaba haciendo...
La verdad, es que al parecer, el comentario mas que nada trataba de aminorar el impacto que todos teníamos en mente y que consistía en acercarnos a nuestro amigo de un momento a otro. En el ambiente se notaba y se percibìa algo extraño, la persona designada por mi amiga para atender cualquier asunto de su padre en ese lugar, había comentado a nuestra llegada, que el dìa anterior el señor había sido golpeado por algunos internos del penal. Que se había armado un gran lio y que incluso su padre había dicho que si lo querían matar, pues que lo hicieran de una vez, porque ya no se iba a dejar mas. Esa persona, también le dijo a mi amiga que su papà no quería que se enterasen de lo que le hacían para no mortificarlas, pero que ella nos adelantaba un poco de información, por lo que nos pudiéramos encontrar. La situación se torno tensa y nosotros al escuchar esos comentarios,  nos tensamos también.
Las autoridades del penal, nos pidieron las credenciales del IFE y nos hicieron esperar cerca de cuarenta minutos. Decidieron que la esposa y un hermano del detenido, quien llegò mas tarde por su propia cuenta, pasarían primero. Ellos podrían permanecer cosa de cuatro horas con èl. Por mi parte, después de casi de una hora de  espera màs, fui autorizado, hasta que me avisaran, a sostener sòlo una platica de unos cuantos minutos con mi amigo. Dijeron que habría una distancia de un metro, estando de por medio entre ambos una reja y que además habría presentes varias personas quienes también habían sido autorizadas para platicar en ese mismo espacio con sus detenido. Es decir: ¡Nada! Simplemente un lugar de castigo, donde los déspotas practican la caza del hombre y los locos homicidas producen toda clase de terror, donde ya no se cree en nada ni en nadie, solo en la astucia de la sin razón y se provoca violencia para indignificar al otro a cada instante.
La cárcel se encontraba, a un costado del palacio municipal, de esos de corredor y arcos. Se trataba de una estrecha puerta de làmina pintada de un color café claro. En la parte de afuera un custodio portando uniforme negro, botas, y metralleta en manos, observando discretamente a todos los que ahí nos encontrábamos.
Frente al palacio municipal, la explanada oficial y en la misma àrea, hacia uno de los extremos, puestos de comida de mala estirpe, fètido olor y refrescos sumergidos en tinas con escazo hielo, a medio enfriar.
A unos metros de la puerta del penal, la comandancia de policía local y junto una iglesia pintada de color gris fúnebre, cuyo frente daba al zòcalo,  lugar donde se encontraba el hotel de arribo a nuestra llegada. ¡Un pueblo donde se mueven subterráneamente personajes terribles y siniestros, moradores del trasmundo que se prestan a todo a cambio de unas cuantas monedas!..
Al fin gritaron mi nombre y fui trasladado previo registro de mi documento en un libro, a un cuarto, lleno de cachivaches, para ser revisado por un custodio, tratando de evitar la introducción de cualquier objeto prohibido.
Abrieron la hoja de una reja y me dejaron ingresar a la zona de la plàtica a distancia. Ya había sido advertido por mi amiga de que hiciera el esfuerzo de hablar en clave porque luego colocaban espìas entre la gente que pasaba al mismo tiempo que uno. Me trate de instalar lo mas cercano posible a la reja, pero una señora y una niña me empujaban desesperadamente, para tratar de ver a su reo también. ¿Còmo describir lo que sentía en esos momentos? La desesperación se apoderaba de mi. La respiración arreciaba. El estomago se movia intensamente. Las piernas me fallaban. Empezaba a surgir un distanciamiento de mi propia incredulidad, impidiéndome regresar al mundo común de todos los días. Eramos como caballos queriendo alcanzar una meta que no prometìa premio alguno: Pura desolación, amargura, penas, desgarramientos, olor a moribundo...
A lo lejos y por medio de los barrotes de la reja, a través de pequeños espacios, se dejaba ver un traspatio, no mayor a los cuarenta o sesenta metros cuadrados. Habìa unas mesas de plástico -asì me lo parecieron a mi- en donde varios de los reos, portando uniforme color beige, compartían sus alimentos con sus familiares. A simple vista, el lugar parecía muy estrecho para tanta población. Los murmullos eran muchos, lo que se hablaba apenas si se lograba entender. Parecìa un traspatio de fantasmas, de espìritus parlantes que están mas cerca de nuestra dimensión pero que en verdad, estan instalados en el infierno mismo...
Apareciò mi amigo en un recuadro, podía ver su cara con un color amarillento claro, portando sus lentes pequeños de siempre y parte de su tòrax enfundado en la camisola beige de la prision . Lo notaba nervioso, sus ojos alerta pero develando tristeza, decaimiento y fatiga. Me extendió la mano que la introdujo por una rendija y con la amabilidad de siempre, me agradeció el que estuviera de visita: “Muchas gracias por haberme venido a visitar Raùl… ya ve, uno aquí”. Tratò de esbozar una sonrisa. Se hizo el silencio, los murmullos del penal y los apretujones de los demas visitantes, ya no existían, el tiempo floto, todo transcurría en cámara lenta, la distancia de mi incredulidad se desvaneció. Recorde tantas cosas que vivì con èl en otros momentos, en otros tiempos, con su esposa, con su hija: Tiempos aquellos de sana ensenanza y vida... Era y es mi gran amigo… Lo tratan bien -le preguntè. ¡Uy! –contestò moviendo negativamente la cabeza- me golpean, pero no quiero que se enteren ni mi esposa, ni mi hija, Raùl…
Volvì a sentir los apretujones de la señora y la niña que se encontraban junto a mi saludando efusivamente a su reo. Trate de acercarme màs  y en voz alta le dije: “Vàyase al pasado, recuerde  los momentos gratos de su vida. No viva el presente, ni el futuro. Encièrrese en su mejor pasado, ese es real, es autèntico, es muy atractivo. Està todo lo que debemos valorar… Si – dijo – el presente aquí es un infierno… No hay futuro, Raùl.
Nos estrechamos la mano tres veces,por sobre las espaldas y los hombros de los otros visitantes, como no queriéndonos despedir, los dedos se nos escurrian, y le pedi también que aguantara un poco màs... Sabe usted algo, Raul? - preguntò  nervioso y apresuradamente -… Nos vimos a la cara amistosamente. Fuimos alejàndonos. Y la visita llego a su fin...Quede desecho, desgarrado, aniquilado...Los zopilotes humanos, habian hecho presa de mi amigo!!!
Solo espero haber resultado eficaz en mi visita y haberme traido parte de sus sombras, lamentos, làgrimas y algo màs… Ojala, asì haya sido...Malditos sinverguenzas, malditos corruptos!!!

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