jueves, 28 de marzo de 2013

EL CAMINO


Hace màs de dos mil años, sucediò lo que hoy les vengo a contar. Desde ese entonces han acontecido numerosos e importantes cambios en la forma en que los pueblos vivieron, trabajaron, holgaron, adoraron, amaron, lucharon y murieron.
Sòlo hasta muy cercanas fechas se ha sabido cuàn grandes fueron esas diferencias con nosotros y cuàn distintas fueron, a veces, sus actividades cotidianas a las nuestras; asì como su manera de considerar el mundo, el concepto del cielo y el infierno e incluso la misma concepciòn de Dios.
Los dioses de aquellos tiempos, parecìa que sòlo tenìan interès por el bienestar de los señores y no de la gente necesitada o los esclavos. Los poderosos querìan riquezas y honores fàciles, goces y todos los bienes de este mundo, al precio que fuera y pasando por encima de quien se dejarà, adoraban y le rendian culto a un becerro de oro...Al parecer, tenian su corazòn cerrado al amor.
Existìan muy pocos ricos, pero eran muy ricos de verdad, y  habìa muchos pobres, extremadamente pobres. Aunque algunos de estos, sòlo eran pobres monetariamente hablando, porque entre ellos los habìa inmensammente ricos en su desarrollo espiritual. De todas maneras, la gran mayorìa de esos seres del pasado, tanto ricos como pobres, vivìan en base a necesidades exteriores, en sensaciones màs adquiridas por medio del oìdo o bien a travès de la vista y, cuando estas sensaciones faltaban, todos daban la impresiòn de estar como muertos, ausentes, perdidos en el mundo exterior, deambulando como almas en pena...
Fue precisamente en aquella època, en un lugar del Oriente Medio, donde una pareja de peregrinos no podìan encontrar posada para pasar la noche. Ya habìan tocado en varias de ellas y nadie querìa aceptarlos. No eran peregrinos comunes, pero como vestìan humildemente, su apariencia resultaba poco confiable, de ahì que nadie deseaba aceptarlos como las personas de bien y dignas que en verdad resultaban ser. Se veìa a simple vista que pertenecian a las clases menos socorridas, y la gente de ese entonces sòlo se fijaba en las apariencias. Todos sus intereses los centraban en el mundo material, en las ilusiones de la materia y lo esencial escapaba fàcilmente a la escasa sensibilidad que habìan desarrollado. En aquel entonces, la mayorìa de la gente era muy poco sensible y muy poco espiritual.
Asì pues, a esa pareja de peregrinos nadie queria brindarles cobijo ni protecciòn. Para ellos no habia lugar de descanso. Era un mundo en el que no existìa lugar para aquel que fuera considerado pobre o esclavo, y eso que la peregrina se encontraba embarazada y casi a punto de dar a luz...
Los peregrinos caminaron todavìa un trecho màs, sin perder el ànimo ni la esperanza, hasta que por fin, ya muy avanzada la noche, un solìcito viajero que se cruzò con ellos en el camino, les indicò que podrìan hallar albergue en una de las cuevas de la colina màs cercana, misma que los pastores de la localidad utilizaban como refugio para sus animales. La peregrina, pese a su delicado estado, se armò de valor y realizò un esfuerzo màs, logrando arribar hasta la cueva...En efecto, ahì encontraron el albergue indicado. Aquel fue el ùnico lugar disponible para ellos...
El peregrino se apresurò de inmediato para preparar la cueva-establo, instalando una làmpara de arcilla llena de aceite y acondicionò con una brazada de paja un còmodo lecho para su grandiosa compañera. La arropò con una capa de lana a guisa de manta. Cerca del fondo de la cueva encontrò un pesebre que habìa sido excavado de la pared y lo llenò de heno y paja para que sirviera de cuna a un hermoso bebè que esperaban, a un Divino huèsped, tan Divino como todos los niños que nacen en el mundo.
Fue aquella una noche de inmensa belleza. Todo era quietud, calma y armonìa. El hombre departiò con todos los animales de todas las especies y juntos todos, permanecieron en respetuoso silencio la espera de tan importante suceso. El peregrino auxiliaba a su esposa en todo lo necesario; ella, por su parte, se atendìa a sì misma y comenzaba a realizar su labor...
El cielo se encontraba repleto de estrellas, era algo asì como si se tratarà de miles de brillantes ojos parpadeantes y perplejos, a manera de cientos de miles de testigos de ese extraordinario evento... El momento llegò y se llevò a cabo de la manera màs sencilla y hermosa. Fue un suceso inolvidable, realmente ùnico. El llanto del bebè trajo consigo el nacimiento de la humanidad...Fue entonces que, un gran lucero, apareciò en todo lo alto del firmamento, sirviendo de señal, de guìa, para indicar a cuatro Reyes Magos, Melchor, Gaspar, Baltazar y David, que deberìan reunirse para visitar al niño Divino, rendirle honores y obsequiarle algunos regalos...
Asì fue, los reyes magos convinieron en reunirse en un sitio y hora determinados y de ahì partir hacia el lugar que el lucero señalaba.
La fecha se cumpliò y fueron llegando uno a uno: Melchor fue el primero, ataviado magnìficamente con un traje de terciopelo azul cielo, un turbante blanco con su gran rubì al centro, capa gris acero, impregnada  de diminutos diamantes y babuchas color naranja. Venìa montado en su apacible y bello camello, que tambièn lucìa a lo largo y ancho de sus correas infinidad de piedras preciosas...
Luego arribò el negro Baltaza, en su grandioso elefante que portaba en su cabeza una gran pluma de intenso color amarillo. El Rey Mago, vestìa de manera sensacional. Su traje era de seda, todo rojo. Su capa blanca como la espuma, salpicada con infinidad de pequeñas esmeraldas y el turbante que portaba era de un intenso color azul elèctrico, con un gran diamante amarillo al centro, semejando una estrella por sus destellos.
Despuès arribò Gaspar en su espectacular corcel blanco, envuelto en telas de diferentes colores que lo hacìan ver como un gran pegaso.  El Rey mago, portaba en su traje joyas en todo su atuendo. Su vestimenta era de color morado, con capa dorada y turbante plateado, con una gran perla al centro. En sus manos se podìan apreciar varios anillos con enormes piedras preciosas...
Es necesario aclarar que las joyas que portaban los reyes magos, no eran de simple ornamento, como se podrìa aoreciar a simple vista, No, ellos las utilizaban para curar trituràndolas cuando era necesario y para recibir y emitir buenas vibraciones a la gente necesitada...
Faltaba de hacer su arribo el rey David. Le esperaron pacientemente un tiempo considerable, pero como èste no llegaba, se vieron obligados a partir sin èl...
-Què le habrà pasado?- se preguntaron los tres reyes magos.
-¿ Por què no llegarìa ?- dijo Gaspar con tono de asombro.
Y asì, sin obtener respuesta exacta y sin poder esperar màs, emprendieron su marcha en absoluto silencio y meditaciòn como preparàndose para tan maravilloso encuentro, que a final de cuentas, se llevò a cabo: Fue un suceso realmente ùnico, los tres Reyes Magos se postraron ante el Divino huèsped y le obsequiaron sus presentes ante las miradas de verdadera sorpresa de los pastores que ahì se encontraban. Todo fue paz, respetuoso silencio y gran armonìa. El momento habìa transcurrido. Los tres Reyes Magos se acercaron a sus hermosos animales, los volvieron a montar y emprendieron su camino de regreso a sus lugares de origen. La gente ahì reunida, los reverenciaba a su paso con sumo respeto.
Pero ¿ Què habrà pasado con el Rey Mago David? ¿ Por què no llegarìa a la cita?
El Rey David, en su trayecto al encuentro con los otros tres reyes magos, se topò con todo un mundo de necesidades y carencias que le obligò a compartir la mirra y el incienso que le llevaba al Niño Divino. La espectacular avestruz en que se transportaba, tuvo que venderla repartiendo las ganancias con la gente de escasos recursos. Su capa la obsequiò a quien padecìa de frìo. Sus joyas fueron trituradas para auxiliar en las pòcimas administradas a los enfermos. Colaborò tambièn en conseguir alimentos para los pobres, restaño heridas y participò en todas las actividades que requerìan de su presencia para alcanzar el bienestar humano mediante su fina y bondadosa vibraciòn...Y asì fue de poblado en poblado durante un largo tiempo...Hasta que un dìa, ya cansado y muy maltrecho, llegò a un pueblecito donde se arremolinaba y apretujaba una gran muchedumbre. Se acercò a una viejecita y le preguntò:
-Què es lo que sucede aquì, buena mujer? ¿ Por què hay tanto alboroto?
-Han crucificado a un infeliz que dijo ser el rey de los Judios-contestò la viejecita con cara de tristeza, encogiendose de hombros y moviendo su cabeza de manera negativa.
David sintiò que se desvanecìa, que el suelo ya no lo podìa sostener màs. Todo en su cabeza le daba vueltas. La vista se le nublaba, intuìa que algo muy grave estaba sucediendo en ese lugar. Lo sintiò en lo màs profundo de su ser, cèlula por cèlula...
Hay que mencionar que las cruxificciones, por aquel entonces, no eran cosa extraña, pero se aplicaban a los bandidos, a los rateros, a los malechores, por eso david, sentìa que lo que se sucedìa en ese lugar era monstruoso, verdaderamente terrorìfico, horripilante. Ademàs, todo asì lo indicaba, hasta el cielo, no obstante ser de tarde, se mostraba ensombrecido, oscuro, decadente...
David mientras tanto, continuaba caminando entre la gente, observaba con sorpresa los rostros de todos y a cada paso que daba para abrirse camino entre la multitud, descubrìa que las caras de la mayorìa de esas personas, tenìan la huella de la maldad, del cinismo, de la indiferencia, del vacìo... Habìa otros, en cambio, que dejaban ver en sus ojos, un profundìsimo dolor, una profunda tristeza...
Asì caminò y caminò rumbo al cerro donde se encontraba el crucificado. A brazo partido logrò abrirse espacio entre la multitud rabiosa y llena de furia. Por fin, logrò alcanzar la cima. Era un cerro en forma de calavera, un lugar de escalofrìo, en el que se encontraban tres grandes maderos verticales en forma de cruz, con sus respectivas vìctimas laceradas.
Ya para esos momentos, el Rey David lloraba amargamente, nada le quitaba de la cabeza que ese espectàculo tendrìa que ver con èl, asì lo intuìa. Su llanto casì lo ahogaba, la respiraciòn la tenìa entorpecida, su rostro se le tornaba morado, ¡ay! parecìa que se iba a asfixiar. El dolor que lo embargaba, estaba en su punto supremo...Pasado un momento, se logrò recuperar un poco y se diò ànimos para lograr acercarse al lugar donde se encontraban las cruces. Los soldados romanos ahì vigilantes, lo miraron de manera indiferente, al fin que sòlo se trataba de un simple hombre entrado en años. Ellos continuaron con su juego de dados, bebiendo y platicando entusiasmadamente entre sì.
Por su parte el rey david se dirigiò lentamente hacia la gran cruz que se encontraba instalada al centro, la que tenìa crucificado a un hombre que portaba en su cabeza una corona dde espinas que le hacia sangrar profusamente su frente. Hacièndo acopio de fuerzas y limpiàndose el sudor que le escurrìa hacia los ojos impidièndole ver, lo observò, para inmediatamente desplomarse ante èl, cayendo de rodillas en la arena...
-Señor-dijo el Rey David-, perdòname, perdì la huella de los otros Reyes Magos y nunca pude encontrarte...En mi peregrinar, me detuve varias veces a compartir con los necesitados la mirra y el incienso que te llevaba. Auxiliè a los enfermos; repartì mis pertenencias; trabajè incansablemente por el desarrollo espiritual de mis semejantes y se me hizo tarde. No pude llegar a la cita...Y hoy...Hoy te vengo a encontrar en este estado...¡Ay! ¿ quièn ha permitido que te hagan èsto señor?...¿ Quiènes han sido los infames?...
El Rey David se ahogaba en llanto ante cada palabra que emitìa, fue entonces cuando Cristo, incorporàndose un poco y con un gran rictus de dolor en su rostro le dijo:
-David...Levàntate, recupèrate y escucha con atenciòn...YO mismo he preparado todo esto que tus ojos ven, hice que me traicionaran, que mintieran por por mì, me sacrifiquè por otro, y todo ello, para mostrar el camino de la liberaciòn de la esencia...Esto que ahora contemplas, es la crucifixiòn de lo falso, de la personalidad, de la vanidad, del yo inferior...Nadie tiene la culpa...No hay culpables..Sòlo estoy señalando la salida digna...Este es el camino...
El rostro de Jesucristo ya mostraba un inmenso dolor. Antes de la llegada del rey david, habìa sido lastimado con una lanza entre las costillas, de tal manera que cada vez que emitìa una palabra se alcanzaba a escuchar una especie de silbido, un estertor que hacìa que todo su cuerpo se constrinera dificultàndole la respiraciòn...No obstante, Cristo continuò dicièndole a David:
-Existen cuestiones màs importantes que la vida misma, los ideales, que son el alimento del espìritu...Jesùs se ahogaba con la sangre que le emanaba de su propia boca, hizo una pausa y continuò:
-Por eso, hermano David, en verdad os digo que si en tu camino con amor me buscaste, hace ya mucho tiempo me encontraste...

No hay comentarios:

Publicar un comentario