domingo, 18 de septiembre de 2016

EL CACIQUE

Recostado èl en un camastro, contemplaba pacientemente el bello y tranquilo mar del amanecer del pacìfico mexicano. Era uno màs, de los muchos caciques que controlan su paìs, disfrutando con su familia de unas dizque merecidas vacaciones: Las olas iban y venìan en la arena en un interminable vaivèn eterno, dejando a su paso una gran sabana de blanca espuma que volvia a ser borrada continuamente cada vez que el salino lìquido arribaba a la orilla de la playa. El astro rey rodeado de su colorido  anaranjado durazno, despuntaba lenta y apaciblemente en el horizonte y la vida en èste lado del planeta, resurgìa con todo su esplendor y magnitud : Un nuevo dìa acababa de nacer. Nuevas aventuras, inesperados y sorpresivos destinos, siempre en marcha a la par de la vida espontànea y fresca de los innumerables peregrinos aztecas quiènes pese a su voluntad, iràn en busca de su muerte al igual que la inmensa mayorìa de los seres y animales que habitan el mundanal ruido de las selvas asfàlticas citadinas y tambièn terregosas cubiertas de hierbas, plantas y musgos hùmedos...Animales humanos o animales racionales?.., a veces tan animales que ya a muchos se les nota bastante!!!
Toda la familia del cacique se divertìa en un campamento de esos de turistas donde se practica decentemente el campismo y todo està vigilado y debidamente controlado. Las casas de campaña no eran arriba de unas diez en total. Estaban instaladas, dizque espontàneamente, a la sombra de algunas raquìticas palmeras que tenìan al centro un charco de agua mismo que filtraba una tuberia desde el mar. Su diàmentro no iba màs allà de los siete metros y servìa màs que nada como un criadero de moscos ponsoñozos y fastidiosos que daban lata todo el dìa, ningùn tipo de repelente los alejaba. Claro que los turistas exploradores, llamaban decentemente a ese nido de infecciones, Oasis; y si que lo era, porque de no ser por lo cercano del mar, se podrìa pensar que se trataba de un desierto insalubre instalado en cualquier otra parte del mundo, donde las dunas de arena se repetìan y repetìan absurdamente  como una angustia de muerte, hasta confundirse de plano con el  inmenso horizonte. El lugar del  artificial campamento, no resultaba ser muy grande, se trataba de una especie de mancha de verdor instalada en la aridez de escasas cantidades de hierbajos resecos, incrustados uno sobre otro, universo de trabazones aisladas que nunca jamàs se juntarìan, insipida red de palos tiesos incrustados aqui y allà como si se tratarà de unos pocos pelos en un cràneo calvo al estilo koyak. Y esto que trato de describir, era todo lo que se veìa digno de ser mencionado de ese mentado campamento, que tambièn hacia las veces de trastienda, exgeraciòn y alteraciòn de gastos del cacique porque de lo que se trataba era de dar la apariencia de unas vacaciones baratas, que ocultaban a otras costosìsimas tan sòlo por las bebidas que a diario ingeria. El cacique fungìa al mismo tiempo- faltaba màs- como sìndico del ayuntamiento de su pueblo y ahì paraban todas las alteradas facturas. El resto del panorama de ese campamento-club disfrazado para gente pobre, y que se podìa ver a cientos de metros a la redonda era tan poco interesante que bien podrìa quedar resumido en muy pocas palabras: Pura pinche arena interminablemente imbecil!!!
Ese animal racional(?) que se la pasaba tomàndo y fumando, mientras todos los demàs se trataban de divertir, era parte de una gran familia de caciques mexicanos que abundan en la provincia. Son parte de cacicazgos de mucha malicia y a ùltimas fechas de mucha sangre y fuego, porque han pasado a formar parte de las filas de pandillas de  peligrosìsimos narcotraficantes que ya inhundan al paìs entero y lo obsceno se està convirtiendo en su autodestrucciòn: apuñalan a quien sea en pechos inocentes y dejan puñaladas con infinidad de erupciones de enormes cantidades de sangre. Todos esos caciques-narcos, estàn hechos al sigilio, al disimulo y a la trampa ¡Ay Dios, que les has enviado a sus manos: Vaguedades, vanidades y verdades ñoñas! Horrible, verdaderamente muy horrible...
Los hijos y la madre, esposa de èl, lo convencieron de pasar unos dìas en ese lugar veraniego a la orilla de la playa. Por supuesto que el cacique, a la vez que sòlo se la pasaba contemplando el mar desde temprana hora, sudando a borbotones, tambièn desde temprana hora, era abastecido por su regordeta y ballenezca mujer para tratar de tenerlo en paz: Què papitas, què palomitas, què cacahuates enchilados, mucho refresco de cola, pero eso sì, a diferencia de todos los demàs, con mucho ron Torres, hasta desbordar, sin dejar de faltar los refrescantes hielitos cuberos, para sus interminables, sabrosas y eternas cubas libres...La familia ya llevaba en ese infernal ritmo de libertinaje caciquil y paterno, màs de ocho dìas. De repente y sin que nadie lo percibiera, se incorporò con su grande y obesa figura del camastro y dijo:
-Todos me han... perjudicado- y cayò con su casì media tonelada de peso sobre la arena, hacièndose astillas todas la hilera de costillas del lado drecho...Los chamacos correteaban alrededor del charco artificial y su madre volteada de espaldas, se enguìa un tremendo perro caliente con mucha mostaza y catsup hasta el desborde. Nadie lo extrañò, sòlo se escuchaba el zumbar de las moscas. Moscas gigantescas, panteoneras que le entraban y salìan por la trompa enterrada entre la tierra y un pedazo de toalla que colgaba de un alambre de pùas y espinas de unos hierbajos cercanos. Al cacique lo apelmazaba el calor y un lìquido como agua àcida que le escurrìa por la frente, le picaba los ojos, las axilas y las corvas. Sus ingles estaban empapadas en sudor, el pito lo tenìa invadido de hormigas coloradas. Lloraba como un niño, o màs bien como un loco que recibe una noticia de algùn accidente o de muerte. Los rayos del sol, parecìan cuchillos delgados que arremetìan a cada instante contra la piel de su mantecosa y regordeta cara...De pronto, empezò a toser, toser, toser y toser, hasta casì reventàrsele la cara y llenarse de mocos y gargajos, empezando por fin a gritar pidièndo auxilio, gritando de dolor a cada nuevo tosido que ahora iba acompañado de estornudos grandiosos, al que seguìa otro y otro tosido y luego un estornudo y otro y otro y otro tosido, una escandalera verdaderamente espantosa y estùpida en la que al hijo de la chingada, mierdero, alguien debiera darle con un martillo en la cabeza y mandarlo a chingar a su madre, infeliz borracho pestilente y no que fuera a recibir beneficios mèdicos de primera, con cargo al erarario pùblico...Despuès de todos los esfuerzos mèdicos, el cacique invencible, muriò tosiendo y estornudando, de una puta tos y su corazòn ya no resistiò màs resoplidos, infladas y desinfladas, ya jamàs pudo respirar...
Moraleja: No le hagan al cacique y manden a la tiznada al borracho tòxico y pestilente que traen dentro!!! jajjajajaa


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