Me detuve por un momento, en el loby del hotel. Necesitaba recuperar el aliento después de la carrera que había dado.Una paciente vendria a consultarme. Eran cerca las dos de la tarde. Desde muy temprano me fuí a visitar un mercado de gran colorído y muy concurrido en Ixtapan de la Sal. En éste pequeño pueblo, del Estado de México, cuentan con un extraordinario balneario de aguas termales curativas. Es un lugar de encuentro y predilecto de innumerables turistas que andan en busca de salud y bienestar corporal. Los numerosos puestos de los comerciantes, exhibiendo sus multicolores mercancias, estaban separados uno de otro por aproximadamente un metro. Era un día muy caluroso de primavera. La gente miraba la mercancia y preguntaba por los precios. Los vendedores a grito pelado lanzaban sus ofertas. Había una gran variedad de frutas: Mangos, papayas, peras, guayabas, naranjas, platanos, zarzamoras, uvas, ciruelas. Ni que mencionar de las verduras: Zanahorias. betabel, cebollas, elotes, chicharos, pimientos, aguacates y una gran variedad de chiles de todas clases y tipos. Esos productos salidos de la tierra y árboles mexicanos, junto con los toldos, color de rosa, de los puestos, eran los que le otorgaban al lugar su hermoso y explendido colorido, casí caledoscópico.
A medio día, el calor había arreciado. El sol caía de manera vertical con gran intensidad en toda la región. Era un medio día de intensos y poderosos rayos de luz. Algunos vendedores se protegían en la sombra, abandonando, momentáneamente, sus lugares y se colocaban en cualquier espacio donde pudiesen alcanzar protección.
Un vendedor de curiosos enseres caseros de mandera -cucharas, palas, charolas-, se había movido unos metros hacía donde existia un pequeño toldo de carton que le brindaba cobijo a su acalorada cabeza. Permanecía acuclillado, con las rodillas ligeramente separadas. Sus huaraches se podían observar muy gastados y sus pies dejaban ver unas grietas en los talones que hacían pensar en jornadas muy arduas en las húmedas tierras de cultivo del lugar. Muy cerca de él, se encontraba una vendedora de jugos frescos de lima. Ella, para protegerse del calor, se fue a sentar en un banco de madera, cerca de la puerta de una farmacia. Su vestimenta era muy humilde, aunque se apreciaba limpia.
Al contemplar esas escenas, me acerqué curioso hasta donde ellos se encontraban. Con un vistazo capté los exquisitos trabajos de mandera y la muy fresca agua que expelía un olor inconfundible a lima. El hombre me ofreció su mercancia, pero como si no se dirigiera a mi persona. Ella me obsequió con algo parecído a una sonrrisa taimada, pero no estaba seguro que en verdad me la brindará a mi. Ambos intuyerón al instante, mi desinterés por sus productos y la curiosidad por observarlos. De inmediato el dúo de vendedores pusieron una cara adusta. Sus rostros se encontraron, pero sin decir palabra, parecía que se miraban pero a la ves no lo hacían. Se retiraron a sus lugares de nueva cuenta. Algo estaba raro. Los rostros de ambos eran inexpresivos. Estaba claro que por más que se esforzaban por mirar, en verdad no miraban, incluso parecían estar fuera de foco respecto a sus interlocutores.
Mientras observaba las posturas y actitud de las acciones del dúo de comerciantes, mi corazón se tornaba helado. Todo parecía rodeado de inocencia. Traté de observar con mayor detenimiento y atención y entonces fue que descubrí que se trataba de un par de vendedores ciegos y no lograba entender como eran capaces de enfrentarse sin ningún temor a la gente, sólo con la virtud del sentimiento, con el corazón aflorado con toda su pureza y detectando todo con la yema de sus dedos...
Absolutamente atónito, pegué un salto y salí corriendo del lugar, por mi falta cometida al sobrepasarme en mi curiosidad con esos inocentes seres...Fue por eso que me detuve un momento en el loby del hotel, para recuperar el aliento, antes de recibir a mi paciente, que resulto ser tambien una invidente, solo que esta, adinerada y ciega nada mas de la mente...
A medio día, el calor había arreciado. El sol caía de manera vertical con gran intensidad en toda la región. Era un medio día de intensos y poderosos rayos de luz. Algunos vendedores se protegían en la sombra, abandonando, momentáneamente, sus lugares y se colocaban en cualquier espacio donde pudiesen alcanzar protección.
Un vendedor de curiosos enseres caseros de mandera -cucharas, palas, charolas-, se había movido unos metros hacía donde existia un pequeño toldo de carton que le brindaba cobijo a su acalorada cabeza. Permanecía acuclillado, con las rodillas ligeramente separadas. Sus huaraches se podían observar muy gastados y sus pies dejaban ver unas grietas en los talones que hacían pensar en jornadas muy arduas en las húmedas tierras de cultivo del lugar. Muy cerca de él, se encontraba una vendedora de jugos frescos de lima. Ella, para protegerse del calor, se fue a sentar en un banco de madera, cerca de la puerta de una farmacia. Su vestimenta era muy humilde, aunque se apreciaba limpia.
Al contemplar esas escenas, me acerqué curioso hasta donde ellos se encontraban. Con un vistazo capté los exquisitos trabajos de mandera y la muy fresca agua que expelía un olor inconfundible a lima. El hombre me ofreció su mercancia, pero como si no se dirigiera a mi persona. Ella me obsequió con algo parecído a una sonrrisa taimada, pero no estaba seguro que en verdad me la brindará a mi. Ambos intuyerón al instante, mi desinterés por sus productos y la curiosidad por observarlos. De inmediato el dúo de vendedores pusieron una cara adusta. Sus rostros se encontraron, pero sin decir palabra, parecía que se miraban pero a la ves no lo hacían. Se retiraron a sus lugares de nueva cuenta. Algo estaba raro. Los rostros de ambos eran inexpresivos. Estaba claro que por más que se esforzaban por mirar, en verdad no miraban, incluso parecían estar fuera de foco respecto a sus interlocutores.
Mientras observaba las posturas y actitud de las acciones del dúo de comerciantes, mi corazón se tornaba helado. Todo parecía rodeado de inocencia. Traté de observar con mayor detenimiento y atención y entonces fue que descubrí que se trataba de un par de vendedores ciegos y no lograba entender como eran capaces de enfrentarse sin ningún temor a la gente, sólo con la virtud del sentimiento, con el corazón aflorado con toda su pureza y detectando todo con la yema de sus dedos...
Absolutamente atónito, pegué un salto y salí corriendo del lugar, por mi falta cometida al sobrepasarme en mi curiosidad con esos inocentes seres...Fue por eso que me detuve un momento en el loby del hotel, para recuperar el aliento, antes de recibir a mi paciente, que resulto ser tambien una invidente, solo que esta, adinerada y ciega nada mas de la mente...
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