jueves, 10 de enero de 2013

EL DESTINO


¿ Qué cuantas veces he viajado en el metro? ¿Qué desde cuando viajo en él?


Lo que sí sé, es que un día , se subió a uno de los vagones un personaje mal encarado, de ojos obscuros  inquisitivos, vestimenta toda en negro, alto, de pelo afro, ensortijado largo hasta los hombros, portando un pequeño aparato de sonido amplificador, enchufado a una moderna guitarra eléctrica e interpretó de manera, por demás magistral, un par de melodías de los Beatles…¡Qué maravilla fue eso!

Fue un momento aquel, fuera de lo ordinario. Su voz era casi ronca, rasposa. Nada serena, a duras penas la lograba sostener –no sé si lo hacía intencionadamente-, pero la impostaba de tal forma que transmitía un sentir rítmico, agradable y alegremente contagioso, propio de todo un profesional. Además con su estilo, le agregaba un toque especial a las melodias  originales.

Eso me sucedió, hace cosa de tres años... Había logrado sentarme, mejor dicho, no lo conseguí, me incrustaron en el asiento, cuando apenas había dado unos cuantos pasos dentro del vagón.

-Perdón señor –dijo alguien-yo he de ser ese, un día pero no en el metro! –contesté.
-¿Todo bien? ¿No se lastimo, verdad?
-¡Hombre, el nalga aterrizaje fue perfecto, que no lo vió usted!- le dije en tono despectivo.
-Lo que no entiendo es porque tanto gentío este día- contesto el  en tono de disculpa…

Era la estación de Copilco y que conste que es una de las primeras estaciones del largo trayecto. Pero ya somos tantos en la ciudad que todo movimiento resulta más que imposible a cualquier hora.

Era de mañana y el vagón se encontraba repleto: Tropezones, empellones, reclamaciones y un avispero enloquecedor de murmullos. La verdad, es como dije: me sentaron de un sólo y fuerte empujón, y, no pude ni siquiera defenderme ni meter las manos.

El metro avanzaba de estación en estación sin retardo alguno, lo cual ya significaba una gran ventaja. Pero  nadie descendía, todo lo contrario, subían y subían más pasajeros. Eramos ya un gentío enlatado. Ni que decir de los fuertes olores. Mucha gente, se podía observar a simple vista, que no se habían bañado en días. Incluso había algunos muy mugrosos conaspecto nada gentil.

Mientras tanto, observaba todo a través del reflejo del vidrio de la ventanilla a mi lado. Eso me agradaba y a la vez me distraía: Una señora maquillándose torpemente y de manera apresurada. Otra haciendo que se peinaba, otra más allá arreglándose las uñas. Es difícil dar crédito de que en un vagón de transporte, las cosas más importantes, pierdan su significancia. Lo importante, al parecer, es impactar en el trabajo con un disque toque femenino, aunque este, haya sido dado al incierto vaivén del metro ante las miradas indiferentes de los pasajeros. Eso sí, nadie en el vagon con rostro alegre.

Por mi parte, y observando mi rostro reflejado en el cristal, pensaba cosas preocupantes y poco alentadoras: el pago de la luz, del gas, del teléfono, el mantenimiento del edificio donde
vivía, la compra de los comestibles. Me decía :”más días sin grandes posibilidades, puras salidas de dinero”.

¡¿Qué?! Si, alguien en el empujón acababa de robarme!!! – Quizás el mismo que me pregunto si no me había pasado algo-, la pluma y mis pastillas para la acidez estomacal, habían desaparecido de la bolsa de la camisa. ¡Qué más da! La pluma, me había costado solo diez pesos y las pastillas ya eran pocas. El empujón ni siquiera les había dejado gran cosa esta vez. El cansancio y el fastidio, me empezaba a parecer por todas partes y el día apenas comenzaba. ¡Maldita, maldición!

De repente, ¡Los Beatles! Algo fuera de lo que se piensa o ve regularmente en el transporte colectivo. Por lo regular abordan vendedores de discos, de chicles, de dulces, cantantes de música folklórica, pordioseros, ciegos  y un largo etcetera.

El metro, es una especie de inconciente colectivo en donde estamos incluidos todos, todos los días, con nuestros más íntimos pensamientos, sufrimientos y desalientos.

Pues, fue precisamente en la estación zapata, en donde apareció el cantante del que les platico; que digo cantante, un verdadero artista, magnífico interprete de los greñudos de Liverpool… La mugre del atestado vagón, sus molestos ruidos y los poderosos olores, se desvanecieron como por arte de magia. La cabeza se me despejo de tantas incoherencias y esas canciones me hicieron sentir como en uno de los mejores asientos de un gran concierto. ¡Qué auditorio, ni que nada. Mi asiento era de primera fila y en el mismísimo metro.

La cabeza había que tenerla despejada para convertirse en un auténtico y verdadero receptáculo de esas rebosantes interpretaciones: El Tonto de la Colina y Todo lo que Necesitas es Amor. ¡Qué canciones esas, inmortales!
" Piensan que esta loco
 El nunca los escucha, sabe que los locos son ellos
y a ellos no les gusta,
el tonto de la colina ve ponerse el sol
y sus ojos en la cabeza ven el mundo girando, girando, girando"...

"No hay nada que puedas hacer
que no pueda hacerse,
no hay nada que puedas cantar
que no pueda cantarse
nada que puedas decir,
pero puedes aprender el juego
Es facil
TODO LO QUE NECESITAS ES AMOR!!!

El gentío se calmó, se apaciguo. Entró en sintonía. El incesante rumor de enorme colmena subterránea, se hacía silencioso. El metro flotaba, olía a limpio, el calor descendía, se hizo un espacio, los minutos transcurrían, pero la vida se detuvo por instantes, ya no dábamos tumbos con los frenones del convoy. Simplemente existíamos. Fue algo espiritualmente vivo.

Así, casi llegábamos a la estación del Centro Médico, para transbordar rumbo a la de observatorio. No tenía ánimos para descender del vagón. Estaba extasiado. Ese día, de un de repente, todo se había reencuadrado. No entendía o no quería entender para que tenía que abandonar mi asiento. Aún me saboreaba la sobervia actuación de ese monstruo, y no solo por su actuación, sino también por su imponente figura ¡Estupendo, caramba! Los sentimientos son hechos, qué duda cabe, pues influyen en nuestro comportamiento. La mente no alivia, alivian las impresiones emotivas!!!

Ahora habría qué luchar contra toda la multitud. Una muchedumbre aparentemente controlada, pero – pienso – internamente furibunda. No tenía fuerzas, no podía sacarlas de ninguna parte. No quería ponerme de pie y empezar a empujar y abandonar ya el vagón. No quería desgastarme. Era una actividad inútil de todos los días.

¿Cómo abrir ese inmenso mar de gente? Se requiere casi, de un milagro bíblico. ¿Por dónde empezar? La gente siempre se molesta sí los empuja uno. No quería discutir. No tenía ganas. Mucho menos de pelear.
Era gente, la mayoría, ruda, descortés, siempre a la defensiva.

¡Qué bárbaro! Mucha gente para llegar a la puerta de salida. De donde demonios aparecieron tantos?.- me dije-. El cansancio me paralizaba, me consumia... Al fin la mayoría, salió como disparada por una ola embravecida. Y apenas fueron arrojados como vómito de peces del interior del vagón, este se volvió a cargar como vientre de ballena insaciable sin fondo que engulle todo sin distingos, dando la impresión de que nadie nunca hubiese descendido. Eso ocurre con más frecuencia en todas las estaciones de transbordo.

El vagón volvía a iniciar su marcha. Se movía con rapidez. Por la ventana observaba a todos aquellos que habían quedado varados en la estación sin remedio, haciendo cara de muegano retorcido.
-Qué bueno que no descendí- me dije firmemente-. Quizás me hubiera tropezado, cualquier cosa que me hubiese ocurrido, no me la perdonaría durante todo el transcurso del día y el sabor a miel que habían provocado en mí las inmortales canciones se hubiesen desvanecido. Ahora, hay silencio en mí. Las decepciones habían concluido. La música las había derrotado. Me sentía feliz!!!

Permanecí sentado. Vagaba mentalmente .Observaba a los otros pasajeros a través del vidrio de mi ventanilla. No pensaba. La luz de gas neón del vagón, fallaba. A ratos se tornaba palida, grisasea, se me hacía obscura. La obscuridad siempre estaba ahí con su silencio. Con su propia belleza. Pero nadie se daba cuenta de ella. No les importaba. Los rostros de los pasajeros denotaban la prisa de los empleados que les apremia el tiempo. Se les percibía silenciosos, pero inquietos, como si se les fuera la vida. Siempre corriendo por todo y para nada: Para checar su entrada en el reloj de sus centros de trabajo!!!

¡El calor infernal subterráneo arreciaba! La temporada de verano en el metro era muy pesada. Los motores del clima en el techo de muy poco servían. Daban la impresión de solo reciclar el mismo aire emitiendo sonidos de desesperación inútil. ¡Qué barbaridad, todo un desierto en movimiento aquí bajo el suelo de la ciudad, todo un atentando biológico contra la naturaleza!

Nada por donde escapar…

Muchos trabajos se habían perdido ese año. La situación económica era desastrosa en el país. La mayoría padecía la escasez de oportunidades laborales. Todo se hacía caro día a día. La liquidez era precaria. Había un gran desempleo. Un océano de desocupados polulaba por todas partes. Parecían cazadores en busca de presa. Aún así, no me dio la gana descender para ir a cumplir a tiempo con mis labores. Mi paga no era mucha, pero al fin y al cabo tenía empleo. Pero no me importo. No descendí en el lugar indicado de siempre. Permanecí así varias estaciones más. No sé cuantas más. La gente parada ante mí, ya habían descendido. El metro ya circulaba por fuera de su tunel. La ciudad con sus casas apenas visibles por la velocidad alcanzada. La avenida de los Insurgentes Norte, tupida de carros en sus dos direcciones. Casi no había espacios. Postes de luz por todas partes. Telarañas de cables para cualquier uso. Muchos árboles y arbustos espinosos en los camellones. Allá el metrobus, saliendo de su paradero. Claxonazos, rechinidos de llantas, arrancones y frenones. Olor a gasolina y aceite quemado. Cielo rojizo anaranjado. Y un rumor metálico de los motores de los autos. ¡Selva mecánica, bosque de colores y ruidos, mar de máquinas rodantes, allá y allá y allá y allá, con sus respectivos zombies al volante.

Y yo, ya estaba muy lejos de mi destino. ¿Cuál destino? ¿El de una selva asfáltica, mecánizada, repleta de ineficacia, subdesarrollo, irresponsabilidad, corrupción y demás vicios, de inmensas multitudes que celebran ritos tristes, excluyentes de toda belleza?¿Ese destino?¿Qué sigue?¡Viva México, Viva la Virgen de Guadalupe!... Y sus  millones de mexicanos borrachos y babeantes, emitiendo aguerridos rugidos nacionales en los estadios de futbol cada vez que juega el equipo de todos, como fiel testimonio de una gran  fiesta enajenante y manipuladora… Puras penumbras eternas, interminables, indignificantes… ¿Cuál maldito destino?

De no haber sido por aquél par de interpretaciones de los Beatles en el metro, hubiese llegado al lugar de siempre, donde me aguardaban tan pocas satisfacciones como en cualquier otro día. ¡Qué caray! Ese monstruo urbano, le dio la vuelta a la página con su  soberbia actuación  y me auxilio a liberarme...

El metro arribó al final de su trayecto en indios verdes. Ojala así fuera todos los días de mi vida. Aún hoy, guardo la sensación de que aquel fue un viaje extraordinario: “...The full on the hill… “...All you need is love”…¡Qué importa, qué más da, mi miserable destino!...

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