lunes, 7 de octubre de 2013

VAYASE AL INFIERNO!!!

Hace muchos años, en una aldea muy alejada de la civilizaciòn, existia un grupo de campesinos que no contaban con recursos econòmicos suficientes para subsistir. La suerte  siempre los castigaba de alguna manera. Labor que realizaban terminaba, casì, siempre por ser un fracaso: Si se les ocurrìa dedicarse a la crianza de animales, alguna enfermedad diezmaba a sus gallinas, chivos, borregos o puercos. Si se dedicaban a la siembra de los campos, de seguro las excesivas lluvias o las heladas, impedìan las cosechas o sus plantas se morìan antes de dar frutos. Todos ellos, vivian muy desesperados y se la pasaban hablando de su mala fortuna y de lo cruel del destino con su aldea...
-¿Còmo es posible?-se decìan entre ellos-, que mientras otros viven en equilibrio, con èxitos y fracasos, nosotros no podamos ni siquiera decir lo mismo. ¿ Serà posible que existan otros como nosotros que les vaya tan mal?
-El jefe de la tribu dialogaba consigo mismo-: hagamos lo que hagamos, nunca obtenemos ningùn beneficio. ¿Còmo los convenzo para que no pierdan el ànimo, ni la buena disposiciòn, los contratiempos ya tienen a mi gente derrotada. Sè, que haga lo que haga, no les podrè garantizar ningùn triunfo...

Salio de su choza rumbo al campo, pensando que quizàs  ese dìa pudiera ser el del cambio de suerte. El estaba convencido de iniciar algùn trabajo que pudiera cambiar todo de un momento a otro. Trataba de hacer hasta lo imposible para vencer su desesperaciòn.

Ese dìa, su estado de ànimo era menos malo que en otros. Empezò su labor, por recoger madera dispersa en el campo. Màs tarde, con su hacha golpeo fuertemente varias veces, un grueso tronco de un àrbol caìdo, hasta que de repente brotò de èl, un extraño  ser que lo dejò muy sorprendido. Tiro el hacha y se llevò las manos a la cara, tapàndose los ojos muy espantado. Se quedò inmovil por un rato, luego apartò sus manos sigilosamente para mirar por todas partes. Su sorpresa era mayùscula, el extraño ser era una especie de enano con sombrero de copa negro y su vestimenta muy extraña, calzando unas grandes botas color miel que le cubrìan màs allà de la rodilla. Usaba barba blanca y fumaba una extraña pipa. Con cada movimiento que hacia, emanaban de su cuerpo luces centellantes que le otorgaban un gran tinte màgico. A su alrededor, todo era luminoso, al grado de impedir una  visiòn nitida de su extraña silueta...El jefe de la tribu se arrojò al suelo y suplicante exclamò:
-¡No me vayas a hacer daño, amigo! ¡ nada màs faltaba que me castigaras màs!
-¡No temas, caray!- le respondiò con amabilidad-. No vengo a fastidiarte, si bien sè como se la pasan en tu aldea. No te traigo màs desgracias. Por el contrario, les quiero ayudar, deseo tratar de remediar sus males. Pìdeme tres deseos. Elige muy bien lo que quieras. Piensa con mucha claridad, pues de lo que desees, va a depender la suerte y la felicidad a la que tu pueblo aspira. Pero no me meto, formula muy bien tus tres peticiones. Retorno màs tarde, para que tengas tiempo de meditar, ah! y no temas, buen hombre, yo soy muy amigable y bondadoso de verdad...En el acto desapareciò el duendecillo.

El jefe de la tribu pensò durante un largo rato si lo que habìa visto, no habrìa sido producto de su fantasia. Empezaba a anochecer. Cargò con la leña y muy confundido y sorprendido, emprendiò el camino de regreso a su aldea. Màs adelante, tomò un atajo hacia su choza, tratando de evitar cualquier contacto con su gente. Descargò la leña, empujò la puerta y se dispuso a recostarse en su petate a meditar acerca de ese fabuloso encuentro que habìa tenido. El jefe nunca se habia casado, no tenia hijos ni compañera, vivia solo. Dedicaba todo su tiempo a dirigir a los suyos y ver por su bienestar. De repente, le invadiò una gran alegrìa y todo el ambiente de su muy humilde recinto, se iluminò en torno suyo, era una especie de señal. Todo en èl era optimismo. Empezò a pensar en la felicidad que le aguardaba. Nunca antes se habìa sentido en ese estado de ànimo. De inmediato comenzò a trazar planes y proyectos: Si se hacia de una camioneta, al fin que sòlo aparecerìa de la nada y no habrìa que traerla de ninguna parte y podrìa cobrar el transporte. Si unas casas con todas las comodidades y rentarlas. Si un hospital, al fin que casì todos estaban enfermos y tendrìan que pagar por su alivio. Si tal cosa era buena, si la otra era mucho mejor. Pero con que dinero le pagarìan, si toda la tribu era muy pobre...Y asì se la paso toda la noche y cuando pensaba que habìa dado con algo interesante, lo desechaba de inmediato , imaginàndo algo mejor...

El duende lo observaba con mucha atenciòn desde la vibraciòn que èl habitaba, era una dimensiòn paralela en donde el tiempo y el espacio no existìan; veìa como daba vueltas y vueltas en el petate, sin poder tomar alguna decisiòn definitiva. La verdad es que al aldeano, su ambiciòn lo estaba perdièndo y ya se habìa adueñado de su alma.
-Se me ocurre que es muy poco tres deseos-se dijo a sì mismo el jefe-, còmo podrè engañar a ese personaje y hacerlo que me conceda algo màs, mucho màs...
Apenas dijo esas palabras, el duende se apareciò sùbitamente en la habitaciòn:
- ¡Insensato!- exclamò el curioso hombrecillo, dirigièndose enèrgicamente al aldeano-¿ Pretendes engañarme tonto?
-Estoy de acuerdo con usted, hice mal, pero sòlo puedo reconocer que no sè que pedirle. Le prometo que ya me voy a concentrar y tendrè màs cuidado en no pensar en tonterìas...
Esas palabras no llegaron a calmar el mal humor del duende, quien le reprochò su carencia de humildad y falta de sentido comùn y solidaridad.
-Usted es un pobre idiota, por eso les va como les va, es un bueno para nada, què tipo de jefe es usted que sòlo piensa en lo suyo, sin incluir a los demàs ¡No sabe pensar de manera comunitarìa!- y el extraño ser, cada vez se encolerizaba màs y le continuaba reprochando al aldeano una y mil veces que era tal cosa y tal otra.
Y el jefe de la tribu, que al principio permanecia callado, acabo por cansarse y exclamo fuera de sì:
-¡No sè vivir como viven los ricos! no podrìa administrar ni hacer crecer mis bienes, no sè hacer tranzas. Dèje de gritarme e insultarme, los deseos a los que usted  me tentò, me han trastornado, solo pienso en mi y mis ambiciones. Me estoy enfermando del alma- mirò fijamente al hombrecillo y le grito- Càllese de una buena vez y vàyase al infierno...

Y dicho y hecho, el duendecillo, se fue al infierno que es adonde pertenecia...

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